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martes, 5 de abril de 2011

ESTADO DE CONSERVACION DE LA CRUZ

La primera referencia relativa al tema que nos ocupa la encontramos en 1526, con motivo de la visita practicada a la Encomienda de Caravaca por Francisco Maldonado y Pedro González, visitadores nombrados a tal efecto por la Orden de Santiago. Se trata de un testimonio parco, como todos los posteriores, en que se limitan a dejar constancia del estado de deterioro que presentaba la sagrada Reliquia: "Esta en partes quebrada de la antigüedad e atada con vnas cuerdas de seda" (Marín Ruiz de Assín, 2004 y 2007). De este testimonio podemos deducir dos cosas, la primera y más obvia que la Santa Cruz estaba partida en dos o más trozos; la segunda, como veremos, que no estaba engastada ni tenía ningún tipo de relicario que atajara la constante degradación. (Difícilmente podía estar engastada si para mantener unida la zona segregada se hacía preciso la utilización de unas cuerdas de seda).

   Este estado de deterioro, agravado por la utilización sistemática en ceremonias y rituales, debió ir a peor en los años siguientes, motivando, tal vez, nuevas fracturas en el árbol. Las partes más frágiles debían ser las extremidades, por tanto, como veremos a continuación, se tomarían medidas excepcionales, que podemos intuir, para asegurar y garantizar la unión de las que aún permanecían sujetas o fijadas al tronco. Así, en 1536, los visitadores de la orden nos dicen que la Cruz ya estaba "...engastada en oro, que la cubre toda por las espaldas, e descubre por la faz de fuera el palo ...", al tiempo que inciden de nuevo en el deterioro que presentaba la Reliquia: "..esta quebrado el palo por muchas partes por la antigüedad del tiempo." (Marín Ruiz de Assín, 2004 y 2007).

   Queda, por tanto, bastante claro que el primer engaste fue realizado entre 1526 y 1536. Tal vez antes de 1530, fecha en que, al parecer, Hernando de los LLanos hizo las tablas de su famoso retablo, en que se aprecian los característicos remates lobulados presentes en todas la representaciones iconográficas posteriores de la Vera Cruz (Fernández García, 2006). (Decimos antes de 1530 porque, conviniendo con Diego Marín, como queda dicho, pensamos que las terminaciones lobuladas sólo estaban presentes en el engaste y no en el madero). Su función, a nuestro parecer, no era otra que frenar el paulatino estado de deterioro que presentaba el Lignum Crucis, en ningún caso tuvo una finalidad ornamental, aunque finalmente se consiguiera también ese efecto.
   Aunque este testimonio es confuso y no queda claro qué partes del leño recubría el engaste de oro, parece desprenderse que, a modo de funda abierta, se extendía por el lomo o zonas laterales, por una porción mínima del anverso y por todo el reverso. Sin embargo, la visita de 1549 contradice la referencia anterior: "...esta engastonada [La Vera Cruz] en oro que la cubre por las esquinas e descubre por la hazes de fuera el palo...", de lo cual, se deduce que las dos caras ("hazes") de la Reliquia estaban al descubierto (exceptuando unas porciones mínimas que servirían para el ajustado y agarre de la chapa de oro), quedando tan sólo recubiertos los laterales, a modo de cerco o marco. En mi opinión, la representación iconográfica que contiene la ejecutoria de hidalguía de los Girón es una fiel representación de la Cruz con su primitivo engaste.

   En lo referente al estado de conservación, no difiere en nada a lo aportado en 1536: "...y esta quebrado el palo por muchas partes por la antigüedad del tienpo". Desconocemos, por tanto, si el engaste frenó o palió el progresivo deterioro de la Vera Cruz, aunque referencias posteriores reflejan los daños y desperfectos que se producían del mal uso de la Reliquia, especialmente en las exhibiciones públicas. (Fernández García, 2006).

   Este engaste permanecería inalterado hasta los años 1611 y 1612, en que el Concejo, como único patrono de la Reliquia, movido por la experiencia y por un afán de preservación de la Santa Cruz, ordenó que se recubriera con unas vidrieras y una reja de oro. No sabemos si las vidrieras se colocaron tan solo en el anverso de la Cruz, o si por el contrario se colocaron en ambas caras. En todo caso, depende de una cuestión que hemos planteado con anterioridad: ¿el primitivo engaste recubría el reverso de la Cruz? Es probable. Si así fuera, los viriles se colocarían en el anverso y sobre ellos se colocaría una reja de oro fijada mediante varios clavos al primitivo engaste. Si no fuera así, tal y como afirma Francisco Fernández, en el anverso se colocarían los viriles y en el reverso la reja de oro. (Fernández García, 2005 y 2006).
  
No encontramos nuevas referencias del estado de conservación de la Santa Vera Cruz hasta el traslado al nuevo relicario donado por el Duque de Montalto en 1711. Y es aquí, como veremos, donde surge, por partida doble, la controversia sobre la integridad del madero.

   Cuando los comisionados de la villa, junto con Martín de Cuenca Fernández Piñero, capellán de la Vera Cruz, y el platero Pedro de Iturri, desclavaron un brazo de la Santa Cruz, para proceder a su examen con objeto de trasladarla al nuevo relicario donado por duque de Montalto, “…se uio dicho barzo desunido y separado del árbol del Santo Madero (que pareze ser dicha separazion antigua) de cuyo echo cayo de dicha Santissima Cruz en los corporales y papel sobre que esta una particula pequeña y auiendo mirado y reconozido con grande atención y venerazion la Madera del brazo separado se halla estar conserbada y atendiendo al árbol y parte de brazo que arrima a el del diuidido se reconoce estar mobible aquella parte…” (Pozo Martinez, Fernández García, Marín Ruiz de assín, 2000).

   Para evitar un mayor deterioro cejaron en su empeño de examinar la Vera Cruz, pero el concejo, tal vez temeroso de desairar al duque y con interés de retener tan generosa dádiva, persistió en su empeño de trasladar la Cruz al nuevo relicario. Para ello se requirió la presencia de un nuevo platero, al parecer, el más experimentado en su oficio, o tal vez el más servil al cabildo. Sea como fuere, una vez sacada la Cruz vieron que estaba “entera en el todo y sin cosa alguna, mui coneruada y yncorructa”. Lo que no deja de ser sorprendente, cuando tan solo dos días antes, sin llegar a examinar la Cruz entera, se dieron cuenta que, al menos, un brazo estaba desunido del tronco, y cuando sabemos documentalmente que la Cruz se encontraba fragmentada, como mínimo, desde el siglo XVI. Debemos matizar una cosa: es posible que el escribano se refiera tan solo a que, incluso desunida, se encontraban todas las piezas.

   Pero no deja de ser más extraño que el propio Martín de Cuenca, que se encontraba presente en las dos aperturas del relicario, manifestara apenas diez años después que, viendo la Cruz fuera de su engaste, se componía de cinco trozos: “y vimos esta divina Cruz fuera de ambos engastes, y compuesta de cinco pedazos con diversas gotas de sangre en ellos, que vno, y otro lo miramos con toda distinción, y claridad...” (Martín de Cuenca, 1722).

   Casi nada más hasta finales del siglo XIX, en que Quintín Bas, en un relato que raya lo esperpéntico cuando manifiesta que la Cruz fue dividida para asegurar el engaste, nos dice que la Cruz estaba dividida en ocho fragmentos. El deterioro de la Cruz había ido en aumento: “consta de ocho piezas, y son: dos crucecitas en los centros de asta y brazos: dos piezas forman los extremos del asta, y otras cuatro el remate de los brazos ó traversas. Parece que, siendo en su origen este Santo Madero una sola pieza, fué luego dividida en esos ocho fragmentos, para garantizar mejor la solidez y regularidad del engaste ó chapeado que lo recubre. El platero dice que ha tenido que efectuar esos cortes con igual fin en otras que ha construido; V. gr., la que este pueblo regaló á doña Isabel II.”

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